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La noche entrevé lánguida de sueños en la ventana de la habitación
Todo el silencio se puede oír a distancia. Sin embargo, tutelamos las distancias por sus conveniencias y buscamos siempre donde no está. Pero nuestro olor es sincero. Nuestro valor es severo. Y siempre cuando suena el gas de la botella nos sentimos unidos. Embebidos en nuestros recuerdos.

Bailemos pues y que sea la ola más atrevida, la que nos toque los gemelos, los mellizos, los retazos. Yo cierro por ti. Yo te conllevo con verbo. Yo te convido te convivo y te conmiezo.

Dentro de la habitación cerrada con ojos cerrados y oídos bien abiertos, aguardo tu llamada. Y sé que aguardas mi llamada también. No es bonito permanecer en tal inmensidad de incertidumbre? No es bonito jugar a precipicios así en esta habitación cerrada y pequeña, donde es imposible no oír tu respirar? Y por cierto, tienes mocos y no pocos.

Te esperé con delicadeza, quería que tus pasos fuesen los míos y que tú hicieses toda la faena. Quería venderte un trozo de tarta y que tú me lo agradecieras. Pues se acabó, no has venido y me quedé aquí vendido, destartalado en la boca del metro, vencido y viciado, soñando con pellizcos y silicios, fingiendo que me duermo y escuchando a ver si entre el sonido de metro que se acerca se acercan tus indicios.

En mente tengo mil entradas y un buscador a sabiendas. En mente tengo almacenadas todas las prudencias. Pero no has venido, no me has llamado amigo, no me has salvado del peligro, no has vuelto conmigo.

Y aquí te espero demacrado, desgastado y perdido. Aquí te espero mientras te sigo. Aquí te espero mientras finjo que me he ido. Y lloro vendo que has cambiado tus certezas por tus cervezas y que has traído la leña equivocada cuando la casa ya estaba en llamas.

Y ni tan siquiera tuve tiempo de decir los sortilegios, de calentar la cena, de partir.

Un dragón se despereza sutilmente. Un lagarto. Que te lame con versos. Y te quema.