En estos momentos de transición es importante saber indignarse sin identificarse. Está a nuestra disposición una cantidad inmensa de informaciones útiles para que podamos entender mejor nuestro entorno a todas las escalas, sin embargo si no estamos atentos y nos identificamos con esta información, positiva o negativamente, podemos quedarnos atascados y no conseguir ver más allá de las polaridades.

Uno de los ejemplos más claros de este mecanismo es el desaparecimiento de la democracia como tal, o por lo menos de lo que creíamos que era la democracia. Es posible que sea una impresión personal, indignarse sin identificarsepero siento que hacen 16 años habían algunos principios y valores democráticos vigentes, que aunque no fuesen ciertos, creaban unas bases éticas en el engranaje social. Ahora la abundante información sobre la corrupción e incluso sobre la «corrupción legal» o la revelación de intereses antes muy ocultos y que ahora son parte presente de nuestro día a día, nos han dejado sin esta base.

Y entonces, qué hacemos con nuestra desilusión? No me tomes por un optimista ebrio, ni tampoco por un ebrio optimista, pero entiendo que la desilusión es algo muy positivo. Entiendo que esta base que se esfumó era falsa y que necesitamos reflexionar y renacer como sociedad, cultura, civilización… lo que más te guste!

El problema al que quiero hacer mención en este artículo es el problema de la identificación. Cuando, al darme cuenta de algo, sobretodo negativo a primera vista, mi tendencia es rechazarlo, luchar contra ello. Y cuando empieza la lucha empieza toda una serie de mecanismos de polaridades, de acción y reacción, que lo que hacen en definitiva es reducir la mirada. Acabamos luchando por mantener lo que parece que teníamos y que estamos perdiendo, en lugar de ir directo al núcleo del problema y crear algo nuevo que realmente funcione. Volviendo al ejemplo de la democracia, en los últimos años esta palabra se pronuncia más y más, y sin embargo cada día parece tener menos sentido el votar.

Aquí en España, por ejemplo, las recientes elecciones ilustran muy bien esta situación. A finales de 2011 realmente parecía que PSOE y PP representaban un sólo interés con una puesta en escena de dos ángulos diferentes.  Y no me tomes por bárbaro, sé bien y valoro mucho la diferencia que hay entre estos ángulos pero me he sorprendido ante la falta de «talante» de un partido que usa la palabra obrero en su nombre. Y he de decir que me he sorprendido más aún ante la decisión democrática y colectiva de poner a los «metralla» en el poder como castigo. Hasta tal punto que no me acabo de creer en el desenlace. Y mi imaginación da vueltas en un mundo de fantasías conspiratorias…

Entonces, vuelvo a preguntarme, que hacemos con nuestra desilusión? Pues la respuesta es … nada! La vemos y la saboreamos y por supuesto que lucharemos a favor de una vida más justa, digna, feliz… pero no hay porque identificarse con toda esta vejez. La desilusión es útil en la medida que la puedo vivir hasta la médula, dándome cuenta de que no es suficiente luchar para que no me quiten el paro, o que los contratos dejen de ser justos, o todos los demás derechos laborales que están en riesgo… No me olvido que debajo de esta alfombra hay mucha suciedad y que mientras un ser humano pase hambre, sea a mi lado o a miles de kilómetros de distancia, mi desilusión va a estar presente, porque es el mínimo precio que pago cada día por no me «ilusionar» con migajas.

Entonces puedo tener una desilusión creativa, donde sabiendo como están las cosas a nivel inmediato y histórico, puedo decidir abrir nuevas puertas, puedo percibir la maravilla de la vida pulsando en todas partes, puedo leer a Galeano sin desesperar (porque ya no espero), y puedo reírme de mí mismo, que creo que hoy por hoy es de lo más terapéutico y sanador y que responde al término indignarse.